Buscar este blog

domingo, 6 de julio de 2014

Carta abierta al Cielo

A mi querido Mohammad:

                                          te me has ido sin avisar. Te has ido y tengo tantas preguntas que hacerte.
                                          ¿Por qué tan pronto? ¿Por qué tanta prisa en irte con tu Dios? ¿Acaso no tenías toda la eternidad? ¿No crees que este tiempo eras para nosotros?

                                            Somos muchos Mohammad los que te necesitamos. Somos muchos los amigos que te vamos a echar a faltar. Son todos tus alumnos, aquellos de los que tanto me hablabas y que en estos momentos a punto de terminar el curso en tu ciudad Tanger, te están necesitando. Y qué decir de tus padres, de tus hermanos. Somos muchos Mohammad.

                                             El otro día me comentabas cosas sobre este blog. Entonces yo no sabía y probablemente tú tampoco, que sería nuestra última conversación. 
Así que hoy, esta entrada va por tí. Va por las horas y horas que hemos estado hablando de poesía, de tus traducciones, de mis dificultades para dominar el árabe. Y sobre todo de tu apoyo. De tu gran ayuda siempre. Tengo muchos amigos árabes, pero tú eras el amigo. Mi amigo de verdad. Ese en el que siempre se puede confiar y que está siempre dispuesto a ayudar incondicionalmente.

                                              ¿Se puede medir la tristeza? Sí es así, a veces habría que medirla en años luz. Porque es mucha, mucha, casi infinita. Probablemente nos recuperemos de tu pérdida. Pero lo que sé es que jamás te vamos a olvidar. Has sido una persona de las que dejan huella allá donde van. 

                                               Estabas haciendo planes para el lejano día en que te jubilaras. Querías venirte a España, a Granada. Era un sueño lindo que nunca se cumplirá. Granada era para tí el paraíso lejano y cercano al mismo tiempo. Granada la mora. Granada la bella. La misteriosa. La acogedora. La tierra soñada que ahora se quedará esperándote por siempre. O quizás no, quizás ya estás allí, donde querías. En su Sacromonte, en su Alhambra junto a aquel rey niño que la dejó escapar de entre sus dedos. Viendo sus atardeceres, soñando sus sueños. Viendo esa nieve de sus cumbres. Esa nieve de La Veleta que te era tan extraña y que ahora mezclas y confundes con la arena de tu Sahara. Porque ahora Mohammad, ahora todo es posible. Ahora puedes tenerlo todo. A tu querido Marruecos y a tu soñada Granada.

                                                Quizás otro día cuando el dolor se suavize, sea capaz de escribir sobre tí lo que que te mereces. Pero ahora estoy muy dolida. Ahora tengo que asimilar lo que sé que es inasimilable. Sueña Mohammad. Sueña y cumple tus sueños.