Buscar este blog

sábado, 15 de octubre de 2022

ETERNO RECUERDO

 Este relato lo escribí hace un par de años. Andaba por ahí en un cajón olvidado y como este es un blog humilde, un blog para unos pocos amigos, pues he pensado que sería buena idea subirlo. Así, si poco a poco voy subiendo los relatos que tengo, igual en un tiempo puedo hacer un recopilatorio que valga la pena. 

Trata de una experiencia que aunque no es real, podría haberlo sido, de hecho sé que ha ocurrido en más de una ocasión. He tratado de dale forma e imaginarlo de la manera más fiel posible. Disfrútalo.


                                        ETERNO RECUERDO     





En esta tarde lánguida de noviembre, mientras miro ensimismada la lluvia a través del cristal, los recuerdos, que son traidores y caprichosos, se empeñan en volver a mí.

Ahora que la edad ha doblegado mi espíritu. Ahora que las arrugas campean libremente en mi rostro y ha dejado de importarme, en mi mente se dibuja la jovencita de diecisiete años que fui, y a la que apenas reconozco; es tan distinta por fuera como idéntica en el interior. Mi yo de ahora intenta no preguntar, no remover, no investigar, pero él, mi yo, provocador y desafiante viene sin ser llamado y me inunda como un torrente que es imposible contener.

Había conocido a Fernando hacía ya tres años y me había enamorado de él desde el primer instante. Fernando era guapo, alto sin ser desgarbado, sumamente atractivo en general, pero sobre todo, Fernando era muy educado y amable. Siempre tenía detalles con todo el mundo y una sonrisa que te partía en dos cuando miraba a los ojos. Era yo tan joven entonces, que me conformaba con eso, con sus miradas, con sus sonrisas, y con ser la receptora de algunos de sus atentos detalles. A veces soñaba con que él también se hubiese enamorado de mí y hasta  imaginaba suaves caricias que me hacían estremecer. Yo nunca había salido con ningún otro chico. No conocía ninguna faceta real del amor, la verdad es que no me ocupaba más que de mis estudios, mis patines y de sobrellevar la convivencia con mis dos hermanas mayores.

 

Un día que habíamos quedado todas las amigas y amigos para ir al cine, Fernando se sentó a mi lado. Yo estaba tan nerviosa que no acertaba ni a fijarme en la película. Mis amigas me miraban con picardía y yo escondía mi rostro para que no viesen mi sonrojo. Ellas sabían lo coladita que yo estaba por nuestro común amigo y todas esperaban que uno de los dos diese un paso que nos llevara por fin a salir juntos. Habíamos comprado chuches que compartíamos durante la proyección, y en un momento su mano, al coger una gominola,  rozó la mía y se quedó un instante acariciándola. En ese momento creí que mi sangre se estaba diluyendo tanto, que terminaría brotando por los poros de mi piel.  Me sentí la persona más feliz del universo y la película, que era de romanos, me parecía la más bella que jamás se hubiese proyectado en un cine.

Permanecimos los dos haciendo como que nos interesaban mucho las guerras y exhibiciones de la cuadrigas romanas y sin atrever a mirarnos. Poco antes de que la película terminara Fernando reclamó mi atención:

 

­­­­­—Quiero hablar contigo— me dijo.

—Claro—respondí—cuando quieras.

—Si te parece bien, en vez de irnos en el autobús con los demás, te acompaño a casa paseando.

El corazón me dio un vuelco. No me lo podía creer. Por fin el chico de mis sueños respondía a ellos. Era tan feliz en ese instante, que hubiese salido dando saltos del cine. Pero me contuve y guardé las formas. Siempre he sido una chica tímida y no me sentía capaz de exponerme más de lo que yo creía justo en cada momento.

—Por supuesto—le contesté—hace una noche agradable y nos vendrá bien un paseo.

Hice como que no tenía ganas de ponerme a cantar allí mismo y les dije a mis amigas que se fuesen sin mí, no sin tener que hacer frente a sus miradas y guiños socarrones.  Había un trecho importante y supuse que nos daría tiempo a hablar de muchas cosas.

Permanecimos durante bastantes minutos sin decir palabra, hasta que por fin, fue Fernando el que rompió el silencio.

—Ya sabes que me voy a Valencia a estudiar la carrera ¿no?

—Bueno, no estaba segura. Algo había oído que comentaba Miguel, pero tú nunca has dicho nada.

—Es que hasta ayer no estaba seguro, pero aquí no puedo estudiar medicina y ya sabes que eso es lo que he querido hacer siempre.

—Sí, sí, lo sé—dije con  tristeza.

Aquello no me gustaba, no era lo que yo esperaba que sucediera, y la verdad es que no me sentía capaz de soportar lo que suponía que Fernando se fuese a estudiar fuera. Valencia estaba a más de doscientos kilómetros y aunque viniese a menudo, no iba a ser lo mismo. Acostumbrada a verle casi a diario, no me sentía preparada para dejar de hacerlo. Iba a tener que mentalizarme. Acababa de enterarme y no lo había digerido aún.

Estábamos llegando en aquel momento a un paseo ajardinado que nos conducía a nuestro destino. En él, abundaban los bancos y Fernando me condujo a uno de ellos invitándome a que me sentara para poder hablar de la cuestión que nos ocupaba. Al hacerlo noté como su mirada se clavaba en mi rostro descubriendo la lágrima que pugnaba por asomar a mis ojos.

—No, no, por favor preciosa, no te disgustes—dijo al tiempo que tomaba mis manos entre las suyas—.He dejado una carta en el buzón de tu casa. Quiero que la leas tranquilamente. No soy capaz de decirte todo lo que quiero mirándote a los ojos.

Al tiempo que me decía eso Fernando dejó rodar una lágrima por sus mejillas y yo sentí que el mundo dejaba de existir. Que solamente estábamos los dos y que flotábamos en el aire. Sus manos acariciaban las mías y no pude contenerme por más tiempo. Me acerqué a él y le besé con un sentimiento y con una intensidad que no he vuelto a poner jamás en mi boca. Sus dulces labios respondieron al beso haciéndome casi enloquecer. No quería saber nada. No me importaba nada. Ni que se fuera al fin del mundo. Mi corazón estaba totalmente atrapado y en ese dulce beso expresó todo lo que sentía en aquel eterno instante.



Todavía conservo la carta que encontré en el buzón.

Al llegar a casa me lancé como una exhalación a por ella y me dirigí a mi habitación después de saludar a mis padres y hacerles saber que no me esperasen a cenar. Solamente quería estar a solas y poder saborear lo que Fernando tenía que decirme. Las manos me temblaban cuando la desplegué para conocer su contenido.

Querida Lucía: he dado muchas vueltas para escribir esta carta.

Eres muy importante para mí, y por eso, y aunque esto es muy duro, quiero que seas la primera persona a la que abro mi corazón. Hace ya algún tiempo que nos conocemos y sabes que te quiero, pero siento muchísimo decirte que no de la misma forma en que tú me quieres a mí. Siempre he disfrutado de tu compañía, pero mi vida no está destinada a ser la de un chico normal, que pueda tener una novia como la tienen mis amigos.

Lucía, esto es duro para mí, muy duro. No sé cómo será la vida en un futuro, pero sí sé que ahora el panorama no se me presenta muy feliz. Yo no quiero ser como soy. Lo juro. No quiero, pero no puedo evitarlo.

¿Recuerdas cuando hace un año estuve ingresado en el hospital? Pues no fue ninguna apendicitis, fue porque quise quitarme la vida. Sí, Lucía, ya no podía más. Los miedos. La inseguridad en todo. Y la certeza, sobretodo la certeza, de que nunca seré como mis compañeros, me nublaron la mente y tomé una decisión, que yo creí en aquel momento que era la mejor.  Me tomé todas las pastillas que ni madre tenía para dormir, y te puedo asegurar que no eran pocas. Pero no conseguí mi propósito, ella se dio cuenta y pudieron llevarme al hospital y hacerme un lavado de estómago. ¿Recuerdas cuánto me costó la recuperación, y todos os burlabais de mí? Tardé algún tiempo en superarlo, pero más o menos lo conseguí. Esto es lo que me ha llevado a pensar que estaré mejor lejos de aquí. Lejos de todos; incluso de mis padres y de ti.

Estarás preguntándote a que viene toda esta historia, y es que nadie nunca ha adivinado los motivos reales de mi tormento. Todos estáis ajenos. Mis amigos, mis hermanos, mis padres y hasta tú.

Lucía, en estos momentos estoy llorando y solamente espero ser capaz de llevar a cabo mi propósito. Debo confesarte mi verdad. Lucía, yo soy homosexual. Sí, soy gay. No puedo enamorarme de una mujer, aunque lo que más me gustaría en el mundo es enamorarme de ti. Corresponderte al amor que sé que sientes por mí. Pero es algo que no puede ocurrir. Nunca. Así que prefiero no seguir haciéndote daño y despedirme de ti con un eterno “te quiero”.    


domingo, 9 de octubre de 2022

Mis Relatos: La Pasajera del Stanbrook. 3ª y última parte

 Y para concluir el relato " La Pasajera del Stanbrook". Aquí os dejo la tercera y última parte.





Cuando al final se alejó, volvieron a reiniciar su carrera. El descanso había servido para que la mujer ajustara al pequeño entre sus ropas y este, al sentir su pecho tan cerca no había dudado en agarrarse al pezón de la mujer y hacerlo suyo. Silvana no se opuso. Pensó, sin equivocarse, que así estaría más tranquilo. Lo apretó contra sí un poco más y sacó fuerzas para seguir corriendo.

     Se sentía como si volara. El pequeño era una parte más de su anatomía. Estaba aferrado a su cuerpo como si fuese una prolongación de sí  misma, como si supiese que algo acababa de unirles; que el futuro de ambos pasaba por fundirse uno contra el otro.

     El hombre la guiaba por un interminable río de embarcaciones. Al parecer, el carguero que se disponía a llevar a los exiliados a un lugar más seguro se hallaba al otro lado del puerto y era mucho  lo que tendrían que apresurarse si querían llegar a  tiempo.

     Sentía que el miedo le daba fuerzas para luchar contra todas las adversidades que se cruzasen en su camino.

     No hacía ni dos horas estaba completamente sola y ahora tenía un bebé al que proteger y a un hombre que se había hecho cargo de ellos domo si verdaderamente le importasen.

     Sintió que se podía fiar del gigante. Era un hombre que hablaba poco, pero parecía tener las ideas muy claras. Tiraba de ella sabiendo que estaba salvando dos vidas a la vez.

     Por fin llegaron al lugar del puerto donde estaba atracado el Stanbrook. Vieron cómo la gente hacía cola para subir a él y se unieron como una familia más.

     El corazón de Silvana estaba a punto de estallar. El miedo se unía a la esperanza en una extraña mezcla que le hacía sentirse muy viva por primera vez en mucho tiempo. Poco a poco fueron avanzando hasta subir a bordo. Entonces respiró hondo y se dispuso a dar las gracias a la persona que la había llevado hasta allí. Cuando se volvió hacia su salvador, vio que este ya había abandonado el barco y se dirigía a toda prisa hacia la explanada del puerto.

     Una lágrima fue lo único que le pudo dedicar al desconocido. Una lágrima que tenía el valor de dos vidas.

     Tras veintidós horas de travesía el Stanbrook ancló en el puerto de Mazalquivir cerca de Orán.

     Nadie sospechó nunca que Silvana no fuese la madre natural del pequeño que la acompañaba. La falta de leche materna fue diagnosticada  por el médico de la expedición como un trastorno debido al sufrimiento de la madre.

                                      2.019 –Pilar Roldán González. 



Espero que os haya gustado. La historia del Stanbrook es totalmente real, lo demás es fantasía, si bien algo que bien pudiera haber ocurrido. 

Saludos muy, pero que muy optimísticos.

Nos vemos pronto.


domingo, 2 de octubre de 2022

Mis Relatos 2ª parte

 Hola a todos queridos. Ya estoy aquí otra vez.  Como ya os comenté en mi anterior entrada, voy a compartir con todos vosotros las cosillas que voy escribiendo. 

Me está gustando esto de escribir relatos cortos. También estoy metida en una novela corta, eso lo dejo para más adelante, pero también os pondré, si no toda, algunos retazos. 

Para no haceros esperar mucho aquí va la segunda parte de La Pasajera del Stanbrook.



2ª Parte. La Pasajera del Stanbrook.


—¡Nunca! ¡Nunca permitiré que este niño siga viviendo! ¿Lo oyes?

     Pero aquella mujer ya no oía nada. Sus ojos en blanco indicaban que el malvado estaba a punto de conseguir su objetivo.

     A pesar de lo acostumbrada que estaba Silvana al sufrimiento, se quedó petrificada mirando la escena. El odio que leía en los ojos de aquel hombre la sacudió como si de n látigo se tratara. No sabía claramente lo que debía hacer, pero algo en su interior la conminaba a recoger al niño del suelo y salvarlo. Sin pensarlo, se llevó al pequeño a los brazos y salió de allí como una exhalación.

     Corrió y corrió nuevamente, pero ahora con el diminuto ser en sus brazos. No se paró a mirar atrás para ver si aquel energúmeno la seguía. Sabía que estaba tan lleno de ira que en aquellos momentos no era capaz de centrarse más que en su odio ciego. Terminar con la vida de aquella infeliz era todo lo que le obsesionaba. Después ya se encargaría del niño.

     Para la joven Silvana, en solo unos minutos el niño se había convertido en el único motivo para seguir viviendo. Era un ser que no conocía, que acababa de llegar a su vida, y sin embargo, ahora mismo sería capaz de dar hasta su  último aliento por aquella criaturita que se aferraba a ella como si le perteneciera.

     Llevaba corriendo más de media hora, se detuvo para serenar su aliento y acomodarse mejor al ser que llevaba pegado como si formara parte de su cuerpo.

     Fue solamente entonces cuando se permitió pensar en lo que estaba haciendo. No tenía sensación de haber robado o secuestrado a una persona. Al contrario, notaba una enorme satisfacción por haber salvado la  vida de un ser indefenso. Alguien que estaba condenado a morir si ella no hubiera acertado a pasar por allí en aquel preciso instante.

     Cuando consiguió que los latidos de su corazón se acompasaran a su respiración, el sosiego y hasta una ráfaga  de fugaz felicidad se atrevieron a invadir su mente. Miró al pequeño y observó su angelical carita, su confianza en ella y hasta una mueca que podría significar un intento de sonrisa. No tendría más de tres meses de edad. Estaba claro que sobrevivía todavía con leche materna. Parecía bien alimentado y muy saludable. Se le ocurrió que metiéndole en el interior de su amplio jersey le llevaría más sujeto. Al niño pareció gustarle esta nueva forma de transporte ya que se acomodó a su pecho y no tardó en quedarse dormido. Silvana cayó en la cuenta de que el pequeño no había emitido ni un solo sonido desde que le recogiera. Ni había llorado, ni se había quejado de nada. Se le pasó por la mente que pudiese tener algún problema de oído, pero recordó enseguida que cuando el hombre lo había arrojado al suelo sí que se había quejado y había comenzado a lloriquear, pero en cuanto ella le acunó entre sus brazos, había cesado en sus quejas y no había vuelto a dejarse oír.

     Silvana llevaba consigo una pequeña bolsa que hacía las veces de maleta, con todas sus pertenencias, que, si bien eran pocas, ella consideraba suficientes para sus necesidades. Había salido de la  vivienda en la que pasó los últimos años con la firme decisión de abandonar la ciudad. Una ciudad que solamente  le había regalado muerte y destrucción. No sabía dónde iba a ir, pero lo que tenía seguro era que allí ya no la retenía nada.

    Sin darse cuenta sus pasos la habían conducido hasta el puerto. Al terminar el bombardeo había empezado el trasiego de soldados y trabajadores encargados de la carga y descarga de las diferentes embarcaciones. Había militares de distintos cuerpos por todos lados.

     De pronto un grupo de hombres se dirigieron a ella apremiándola para que se diera prisa. No entendía nada. Prisa ¿para qué?

     —¡Si no aligera el paso no llegará a embarcar señora!

—le dijo un hombre que seguramente se encargaba de orientar a las personas que como ella, no sabían dónde embarcar.

     Se quedó perpleja sin entender qué le querían decir. Un hombre fornido, grande como un armario y con un abrigo oscuro, la cogió de la mano y la arrastró para que la siguiera.

     —¡Venga conmigo y corra si quiere llegar a tiempo de embarcar! El Stanbrook está a punto de zarpar y no la esperarán.     

     —Pero yo no tenía intención de embarcar—contestó un tanto aturdida.

     —¡Sí, lo sé! Ya me he dado cuenta. Pero si quiere escapar de aquí tiene una oportunidad de oro para hacerlo. El capitán del Stanbrook ha decidido sacar personas de este infierno en vez de transportar naranjas, que era su cometido.

     Silvana se dispuso a correr como le indicaba el gigante que quería ayudarla, pero cuando miró hacia el anciano que antes se había dirigido a ella proponiéndole embarcar, se le heló la sangre.

     Junto al primer grupo de hombres que la habían apremiado para que se dirigiera a embarcar, estaba el culpable del crimen que ella había presenciado. No le resultó difícil deducir que les estaba preguntando si habían visto a una mujer con su apariencia. Era ahora ella la que tiraba de la mano del grandullón y corría como si tuviese alas en los pies. Sabía que si aquel ser lleno de odio que acababa de matar a una mujer totalmente indefensa les alcanzaba, el destino del bebé que portaba en su pecho sería tan cruel como el de la madre.

     El gigante se percató de que algo ocurría y de que su protegida corría peligro y aceleró también. Parecía que ambos tuviesen muelles en las zapatillas. Bajaron al embarcadero, ya que se habían dado cuenta de que así podían atajar y ganar tempo. Fueron saltando de barca en barca, pero lejos de lo que podría parecer, no perdieron el equilibrio, sus piernas parecían entrenadas para tal misión. Hubo un instante en que vieron tan cerca a su perseguidor, que resultaba casi increíble que él no les hubiera visto a ellos, aunque era posible, que obsesionado como estaba en buscar a una mujer sola, al ir acompañada de un hombre no hubiera reparado en ellos. No obstante, tras una nueva mirada furtiva, el corazón de los fugitivos se desbocó al notar como su perseguidor ganaba terreno y les seguía cada vez más cerca. El gigante, con una decisión inaudita, agarró a Silvana y se echó boca abajo en una pequeña barquichuela haciéndose el dormido; debajo de su enorme cuerpo se hallaban Silvana y el bebé que seguía sin rechistar. El asesino pasó tan cerca que pudieron sentir el hedor que desprendía. Ciego de odio  no fue capaz de reparar en que dejaba atrás a sus perseguidos. 

-------------------------


Y hasta aquí. En unos días os pondré la tercera y última parte.

Saludos muy optimísticos.

Nos vemos pronto.


sábado, 1 de octubre de 2022

Mis relatos.

 Saludos queridos lectores. Algunos me retomaréis del pasado y espero que otros os incorporéis en esta nueva etapa que he decidido abrir. He estado bastante alejada de este rinconcito, y lo he echado mucho de menos. En este tiempo he escrito algunas cosillas que voy a compartir con vosotros. 

Estoy escribiendo algunos relatos cortos que creo que os gustarán. Pero para empezar os voy a dejar una colaboración que hice para un libro de relatos que publicó  El Taller de Escritura Creativa de L'Eliana,  en su curso 2019-2020.


Como es algo largo y no quiero que os canséis mucho, lo dejaré en tres partes. Aquí va la primera:












LA PASAJERA DEL STANBROOK

 

Pilar Roldán

 

 

     La ciudad acababa de sufrir un bombardeo. Más casas destruidas. Más niños huérfanos. Más padres sin niños. Más personas sin hogar. Más miseria.

     Todo era gris, triste, tenebroso; desde que se oían silbar las bombas era así. No había nada nuevo. Llevaban ya tres años de guerra. Los pocos habitantes que quedaban en la ciudad, en su mayoría mujeres, niños, ancianos, o enfermos, estaban ya acostumbrados.

     El sol, aunque siguiera saliendo cada día, brillaba de otra manera, como si no alumbrara lo suficiente. No había color en la calle. No había color en la ropa de las jóvenes. No había color en las flores, porque ya casi no había ni flores.

     Silvana contaba solamente veintitrés años, pero ya se sentía casi una anciana. ¡Había vivido tanto! ¡Había sufrido tanto! Acababa de saber que su padre, el único ser que la mantenía unida a la cordura y la obligaba a sobrevivir, había muerto encarcelado como un perro. Era el único eslabón que le quedaba y ahora también se había ido. Sus dos hermanos lo hicieron antes y a su madre apenas llegó a conocerla; cuando tenía poco más de tres años se le fue víctima de unas gripes extrañas. Tenía algunas imágenes de ella; a veces, en noches largas y tristes, se le aparecía e intentaba darle fuerzas para que siguiera. La animaba a sonreír, a persistir, a seguir viviendo un día más, pero la lucha fratricida, que se empeñaba en no terminar nunca, le arrancaba una a una las pocas ilusiones que le quedaban.

     Hubo un tiempo en el que hasta había soñado con casarse y formar una familia, pero todo aquello se lo había llevado la guerra. Ya no se permitía ni siquiera pensar en ello. Parecía  como un sueño lejano que hubiese ocurrido en otra vida.

     Ahora no tenía donde ir,  ya no le quedaba nadie a quien recurrir. La dueña de la casa que habitaba, al saber que su padre no iba a regresar y que nunca cobraría lo atrasado, no había dudado en ponerla de patitas en la calle. A Silvana no le llegaba para pagar el alquiler. Con lo poco que conseguía remendando algunas piezas a las personas que le seguían llevando sus ropas, casi por caridad, apenas le alcanzaba para llevarse algo de vez en cuando a la boca. Eran tiempos en los que no se perdonaba nada. No se daban oportunidades. Lo que cada cual conseguía había que pelearlo con uñas y dientes. Y a Silvana ya se le acababan las fuerzas.

     Decidió que lo mejor sería marcharse. Sin pensarlo mucho. Sin saber a dónde. Sin mirar atrás.

     En un momento, apenas los segundos que duró el primer aviso de las sirenas anunciando un nuevo bombardeo, la calle se había quedado desierta. La gente había desaparecido y ella sin saber qué hacer, corría. Corría sin sentido, sin dirección, sin más objetivo que alejarse del horror. Correr, correr era todo lo que importaba. Huir del infierno.

     En uno de los momentos en que se permitió detenerse a tomar aliento, pudo escuchar los gritos provenientes de un sótano. No era nada extraño, la gente gritaba, a veces con motivos y otras sin él. Pero gritaban. Pocas veces hablaban en un tono normal; en el tono de antes de la guerra. Habían perdido el hábito de la conversación; susurraban o gritaban. Aunque era casi peor cuando callaban.

     Pero aquellos gritos, los que Silvana acababa de escuchar, no eran los habituales de desesperación o miedo. Aquellos gritos eran de alguien que se sabía fuerte y poderoso; también malvado. Eran gritos autoritarios. Parecían pertenecer a un hombre que se creyera dueño de todo lo que hubiese a su alrededor, incluidas las personas.

     Silvana no podía seguir corriendo. Ni siquiera caminar. No podía separarse de aquella ventana. Parecía que una fuerza sobrehumana la clavaba al suelo y la obligaba a escuchar los gritos que indicaban lo que estaba ocurriendo en aquel terrible instante. Intentó  rehacerse y siguiendo las voces penetró en un portal que conducía a una especie de semisótano. Bajó un par de escalones y agazapada tras la puerta entreabierta siguió observando lo que allí ocurría. Estaba claro que el individuo confiaba en que con el ruido y la emergencia del bombardeo, nadie estaría prestando atención a su canallesco proceder.

     En aquel instante el hombre golpeaba sin piedad a una mujer que mantenía a un bebé en brazos.

     El salvaje arrancó el niño a la madre de un manotazo y lo arrojó al suelo sin piedad. Seguidamente se lanzó sobre el cuerpo de la mujer para estrangularla con el evidente propósito de acabar cn su vida. Estaba cegado. No oía ni veía nada a su alrededor. Solamente profería gritos insultando a la mujer y jurando que después de terminar con su vida haría lo mismo con la del bebé.



Y ahora como en las series más emocionantes, me arrogo el derecho de poner:  continuará...

     


Recordando tiempos pasados...saludos muy optimísiticos. Os veo muyyyy pronto.