Este relato lo escribí hace un par de años. Andaba por ahí en un cajón olvidado y como este es un blog humilde, un blog para unos pocos amigos, pues he pensado que sería buena idea subirlo. Así, si poco a poco voy subiendo los relatos que tengo, igual en un tiempo puedo hacer un recopilatorio que valga la pena.
Trata de una experiencia que aunque no es real, podría haberlo sido, de hecho sé que ha ocurrido en más de una ocasión. He tratado de dale forma e imaginarlo de la manera más fiel posible. Disfrútalo.
ETERNO RECUERDO
En
esta tarde lánguida de noviembre, mientras miro ensimismada la lluvia a través
del cristal, los recuerdos, que son traidores y caprichosos, se empeñan en
volver a mí.
Ahora
que la edad ha doblegado mi espíritu. Ahora que las arrugas campean libremente
en mi rostro y ha dejado de importarme, en mi mente se dibuja la jovencita de
diecisiete años que fui, y a la que apenas reconozco; es tan distinta por fuera
como idéntica en el interior. Mi yo de ahora intenta no preguntar, no remover,
no investigar, pero él, mi yo, provocador y desafiante viene sin ser llamado y me
inunda como un torrente que es imposible contener.
Había
conocido a Fernando hacía ya tres años y me había enamorado de él desde el
primer instante. Fernando era guapo, alto sin ser desgarbado, sumamente
atractivo en general, pero sobre todo, Fernando era muy educado y amable.
Siempre tenía detalles con todo el mundo y una sonrisa que te partía en dos
cuando miraba a los ojos. Era yo tan joven entonces, que me conformaba con eso,
con sus miradas, con sus sonrisas, y con ser la receptora de algunos de sus
atentos detalles. A veces soñaba con que él también se hubiese enamorado de mí
y hasta imaginaba suaves caricias que me
hacían estremecer. Yo nunca había salido con ningún otro chico. No conocía ninguna
faceta real del amor, la verdad es que no me ocupaba más que de mis estudios,
mis patines y de sobrellevar la convivencia con mis dos hermanas mayores.
Un
día que habíamos quedado todas las amigas y amigos para ir al cine, Fernando se
sentó a mi lado. Yo estaba tan nerviosa que no acertaba ni a fijarme en la
película. Mis amigas me miraban con picardía y yo escondía mi rostro para que
no viesen mi sonrojo. Ellas sabían lo coladita que yo estaba por nuestro común
amigo y todas esperaban que uno de los dos diese un paso que nos llevara por
fin a salir juntos. Habíamos comprado chuches que compartíamos durante la
proyección, y en un momento su mano, al coger una gominola, rozó la mía y se quedó un instante
acariciándola. En ese momento creí que mi sangre se estaba diluyendo tanto, que
terminaría brotando por los poros de mi piel. Me sentí la persona más feliz del universo y
la película, que era de romanos, me parecía la más bella que jamás se hubiese
proyectado en un cine.
Permanecimos
los dos haciendo como que nos interesaban mucho las guerras y exhibiciones de
la cuadrigas romanas y sin atrever a mirarnos. Poco antes de que la película
terminara Fernando reclamó mi atención:
—Quiero
hablar contigo— me dijo.
—Claro—respondí—cuando
quieras.
—Si
te parece bien, en vez de irnos en el autobús con los demás, te acompaño a casa
paseando.
El
corazón me dio un vuelco. No me lo podía creer. Por fin el chico de mis sueños
respondía a ellos. Era tan feliz en ese instante, que hubiese salido dando
saltos del cine. Pero me contuve y guardé las formas. Siempre he sido una chica
tímida y no me sentía capaz de exponerme más de lo que yo creía justo en cada
momento.
—Por
supuesto—le contesté—hace una noche agradable y nos vendrá bien un paseo.
Hice
como que no tenía ganas de ponerme a cantar allí mismo y les dije a mis amigas
que se fuesen sin mí, no sin tener que hacer frente a sus miradas y guiños
socarrones. Había un trecho importante y
supuse que nos daría tiempo a hablar de muchas cosas.
Permanecimos
durante bastantes minutos sin decir palabra, hasta que por fin, fue Fernando el
que rompió el silencio.
—Ya
sabes que me voy a Valencia a estudiar la carrera ¿no?
—Bueno,
no estaba segura. Algo había oído que comentaba Miguel, pero tú nunca has dicho
nada.
—Es
que hasta ayer no estaba seguro, pero aquí no puedo estudiar medicina y ya
sabes que eso es lo que he querido hacer siempre.
—Sí,
sí, lo sé—dije con tristeza.
Aquello
no me gustaba, no era lo que yo esperaba que sucediera, y la verdad es que no
me sentía capaz de soportar lo que suponía que Fernando se fuese a estudiar
fuera. Valencia estaba a más de doscientos kilómetros y aunque viniese a
menudo, no iba a ser lo mismo. Acostumbrada a verle casi a diario, no me sentía
preparada para dejar de hacerlo. Iba a tener que mentalizarme. Acababa de
enterarme y no lo había digerido aún.
Estábamos
llegando en aquel momento a un paseo ajardinado que nos conducía a nuestro
destino. En él, abundaban los bancos y Fernando me condujo a uno de ellos
invitándome a que me sentara para poder hablar de la cuestión que nos ocupaba.
Al hacerlo noté como su mirada se clavaba en mi rostro descubriendo la lágrima
que pugnaba por asomar a mis ojos.
—No,
no, por favor preciosa, no te disgustes—dijo al tiempo que tomaba mis manos
entre las suyas—.He dejado una carta en el buzón de tu casa. Quiero que la leas
tranquilamente. No soy capaz de decirte todo lo que quiero mirándote a los
ojos.
Al
tiempo que me decía eso Fernando dejó rodar una lágrima por sus mejillas y yo
sentí que el mundo dejaba de existir. Que solamente estábamos los dos y que
flotábamos en el aire. Sus manos acariciaban las mías y no pude contenerme por
más tiempo. Me acerqué a él y le besé con un sentimiento y con una intensidad
que no he vuelto a poner jamás en mi boca. Sus dulces labios respondieron al
beso haciéndome casi enloquecer. No quería saber nada. No me importaba nada. Ni
que se fuera al fin del mundo. Mi corazón estaba totalmente atrapado y en ese
dulce beso expresó todo lo que sentía en aquel eterno instante.
Todavía conservo la carta que encontré en el buzón.
Al
llegar a casa me lancé como una exhalación a por ella y me dirigí a mi
habitación después de saludar a mis padres y hacerles saber que no me esperasen
a cenar. Solamente quería estar a solas y poder saborear lo que Fernando tenía
que decirme. Las manos me temblaban cuando la desplegué para conocer su
contenido.
—Querida Lucía: he dado muchas vueltas
para escribir esta carta.
Eres muy importante para mí, y por eso,
y aunque esto es muy duro, quiero que seas la primera persona a la que abro mi
corazón. Hace ya algún tiempo que nos conocemos y sabes que te quiero, pero
siento muchísimo decirte que no de la misma forma en que tú me quieres a mí.
Siempre he disfrutado de tu compañía, pero mi vida no está destinada a ser la
de un chico normal, que pueda tener una novia como la tienen mis amigos.
Lucía, esto es duro para mí, muy duro.
No sé cómo será la vida en un futuro, pero sí sé que ahora el panorama no se me
presenta muy feliz. Yo no quiero ser como soy. Lo juro. No quiero, pero no
puedo evitarlo.
¿Recuerdas cuando hace un año estuve
ingresado en el hospital? Pues no fue ninguna apendicitis, fue porque quise
quitarme la vida. Sí, Lucía, ya no podía más. Los miedos. La inseguridad en
todo. Y la certeza, sobretodo la certeza, de que nunca seré como mis
compañeros, me nublaron la mente y tomé una decisión, que yo creí en aquel
momento que era la mejor. Me tomé todas
las pastillas que ni madre tenía para dormir, y te puedo asegurar que no eran
pocas. Pero no conseguí mi propósito, ella se dio cuenta y pudieron llevarme al
hospital y hacerme un lavado de estómago. ¿Recuerdas cuánto me costó la
recuperación, y todos os burlabais de mí? Tardé algún tiempo en superarlo, pero
más o menos lo conseguí. Esto es lo que me ha llevado a pensar que estaré mejor
lejos de aquí. Lejos de todos; incluso de mis padres y de ti.
Estarás preguntándote a que viene toda
esta historia, y es que nadie nunca ha adivinado los motivos reales de mi
tormento. Todos estáis ajenos. Mis amigos, mis hermanos, mis padres y hasta tú.
Lucía, en estos momentos estoy llorando
y solamente espero ser capaz de llevar a cabo mi propósito. Debo confesarte mi
verdad. Lucía, yo soy homosexual. Sí, soy gay. No puedo enamorarme de una
mujer, aunque lo que más me gustaría en el mundo es enamorarme de ti. Corresponderte
al amor que sé que sientes por mí. Pero es algo que no puede ocurrir. Nunca.
Así que prefiero no seguir haciéndote daño y despedirme de ti con un eterno “te
quiero”.
Me encanta 😍
ResponderEliminarGracias Ghizlane. Después de tantos años te recuerdo y deseo que seas muy feliz en tu país y con tu gente. Yo por mi parte me muero de ganas de ir.
ResponderEliminar