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domingo, 2 de octubre de 2022

Mis Relatos 2ª parte

 Hola a todos queridos. Ya estoy aquí otra vez.  Como ya os comenté en mi anterior entrada, voy a compartir con todos vosotros las cosillas que voy escribiendo. 

Me está gustando esto de escribir relatos cortos. También estoy metida en una novela corta, eso lo dejo para más adelante, pero también os pondré, si no toda, algunos retazos. 

Para no haceros esperar mucho aquí va la segunda parte de La Pasajera del Stanbrook.



2ª Parte. La Pasajera del Stanbrook.


—¡Nunca! ¡Nunca permitiré que este niño siga viviendo! ¿Lo oyes?

     Pero aquella mujer ya no oía nada. Sus ojos en blanco indicaban que el malvado estaba a punto de conseguir su objetivo.

     A pesar de lo acostumbrada que estaba Silvana al sufrimiento, se quedó petrificada mirando la escena. El odio que leía en los ojos de aquel hombre la sacudió como si de n látigo se tratara. No sabía claramente lo que debía hacer, pero algo en su interior la conminaba a recoger al niño del suelo y salvarlo. Sin pensarlo, se llevó al pequeño a los brazos y salió de allí como una exhalación.

     Corrió y corrió nuevamente, pero ahora con el diminuto ser en sus brazos. No se paró a mirar atrás para ver si aquel energúmeno la seguía. Sabía que estaba tan lleno de ira que en aquellos momentos no era capaz de centrarse más que en su odio ciego. Terminar con la vida de aquella infeliz era todo lo que le obsesionaba. Después ya se encargaría del niño.

     Para la joven Silvana, en solo unos minutos el niño se había convertido en el único motivo para seguir viviendo. Era un ser que no conocía, que acababa de llegar a su vida, y sin embargo, ahora mismo sería capaz de dar hasta su  último aliento por aquella criaturita que se aferraba a ella como si le perteneciera.

     Llevaba corriendo más de media hora, se detuvo para serenar su aliento y acomodarse mejor al ser que llevaba pegado como si formara parte de su cuerpo.

     Fue solamente entonces cuando se permitió pensar en lo que estaba haciendo. No tenía sensación de haber robado o secuestrado a una persona. Al contrario, notaba una enorme satisfacción por haber salvado la  vida de un ser indefenso. Alguien que estaba condenado a morir si ella no hubiera acertado a pasar por allí en aquel preciso instante.

     Cuando consiguió que los latidos de su corazón se acompasaran a su respiración, el sosiego y hasta una ráfaga  de fugaz felicidad se atrevieron a invadir su mente. Miró al pequeño y observó su angelical carita, su confianza en ella y hasta una mueca que podría significar un intento de sonrisa. No tendría más de tres meses de edad. Estaba claro que sobrevivía todavía con leche materna. Parecía bien alimentado y muy saludable. Se le ocurrió que metiéndole en el interior de su amplio jersey le llevaría más sujeto. Al niño pareció gustarle esta nueva forma de transporte ya que se acomodó a su pecho y no tardó en quedarse dormido. Silvana cayó en la cuenta de que el pequeño no había emitido ni un solo sonido desde que le recogiera. Ni había llorado, ni se había quejado de nada. Se le pasó por la mente que pudiese tener algún problema de oído, pero recordó enseguida que cuando el hombre lo había arrojado al suelo sí que se había quejado y había comenzado a lloriquear, pero en cuanto ella le acunó entre sus brazos, había cesado en sus quejas y no había vuelto a dejarse oír.

     Silvana llevaba consigo una pequeña bolsa que hacía las veces de maleta, con todas sus pertenencias, que, si bien eran pocas, ella consideraba suficientes para sus necesidades. Había salido de la  vivienda en la que pasó los últimos años con la firme decisión de abandonar la ciudad. Una ciudad que solamente  le había regalado muerte y destrucción. No sabía dónde iba a ir, pero lo que tenía seguro era que allí ya no la retenía nada.

    Sin darse cuenta sus pasos la habían conducido hasta el puerto. Al terminar el bombardeo había empezado el trasiego de soldados y trabajadores encargados de la carga y descarga de las diferentes embarcaciones. Había militares de distintos cuerpos por todos lados.

     De pronto un grupo de hombres se dirigieron a ella apremiándola para que se diera prisa. No entendía nada. Prisa ¿para qué?

     —¡Si no aligera el paso no llegará a embarcar señora!

—le dijo un hombre que seguramente se encargaba de orientar a las personas que como ella, no sabían dónde embarcar.

     Se quedó perpleja sin entender qué le querían decir. Un hombre fornido, grande como un armario y con un abrigo oscuro, la cogió de la mano y la arrastró para que la siguiera.

     —¡Venga conmigo y corra si quiere llegar a tiempo de embarcar! El Stanbrook está a punto de zarpar y no la esperarán.     

     —Pero yo no tenía intención de embarcar—contestó un tanto aturdida.

     —¡Sí, lo sé! Ya me he dado cuenta. Pero si quiere escapar de aquí tiene una oportunidad de oro para hacerlo. El capitán del Stanbrook ha decidido sacar personas de este infierno en vez de transportar naranjas, que era su cometido.

     Silvana se dispuso a correr como le indicaba el gigante que quería ayudarla, pero cuando miró hacia el anciano que antes se había dirigido a ella proponiéndole embarcar, se le heló la sangre.

     Junto al primer grupo de hombres que la habían apremiado para que se dirigiera a embarcar, estaba el culpable del crimen que ella había presenciado. No le resultó difícil deducir que les estaba preguntando si habían visto a una mujer con su apariencia. Era ahora ella la que tiraba de la mano del grandullón y corría como si tuviese alas en los pies. Sabía que si aquel ser lleno de odio que acababa de matar a una mujer totalmente indefensa les alcanzaba, el destino del bebé que portaba en su pecho sería tan cruel como el de la madre.

     El gigante se percató de que algo ocurría y de que su protegida corría peligro y aceleró también. Parecía que ambos tuviesen muelles en las zapatillas. Bajaron al embarcadero, ya que se habían dado cuenta de que así podían atajar y ganar tempo. Fueron saltando de barca en barca, pero lejos de lo que podría parecer, no perdieron el equilibrio, sus piernas parecían entrenadas para tal misión. Hubo un instante en que vieron tan cerca a su perseguidor, que resultaba casi increíble que él no les hubiera visto a ellos, aunque era posible, que obsesionado como estaba en buscar a una mujer sola, al ir acompañada de un hombre no hubiera reparado en ellos. No obstante, tras una nueva mirada furtiva, el corazón de los fugitivos se desbocó al notar como su perseguidor ganaba terreno y les seguía cada vez más cerca. El gigante, con una decisión inaudita, agarró a Silvana y se echó boca abajo en una pequeña barquichuela haciéndose el dormido; debajo de su enorme cuerpo se hallaban Silvana y el bebé que seguía sin rechistar. El asesino pasó tan cerca que pudieron sentir el hedor que desprendía. Ciego de odio  no fue capaz de reparar en que dejaba atrás a sus perseguidos. 

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Y hasta aquí. En unos días os pondré la tercera y última parte.

Saludos muy optimísticos.

Nos vemos pronto.


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