Buscar este blog

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Mi querido, querido Egipto.



¡Cuánto te echo de menos!. Tu sol, tu luminosidad, la amabilidad de tus gentes. Cuando recuerdo mis paseos por el Nilo, mis ojos, aún en la distancia se me llenan de su inmensidad y el corazón no sabe si cantar por la dicha de haberte conocido o llorar por la tristeza de la lejanía.
En fin...respiro y me positivizo para contaros algo que hoy me ha venido a la memoria y que siento la necesidad de rememorar.
Se trata de mi primer viaje a Egipto.
Fue en el verano de 2007. Una amiga me convenció para hacer un curso de árabe. Llevábamos un par de años estudiando árabe aquí en España y ella decía que lo mejor es estudiar in situ. Así que al final me convenció y allá que fuimos. Aunque los motivos son lo de menos. Lo mejor fue la serie de cosas fantásticas que me ocurrían cada día nada más poner los pies en la calle. Bueno, a veces ni siquiera hacía falta estar en la calle, en el mismo hotel la gente era fantástica y cada día había anécdotas para contar.
Yo entonces no hablaba casi nada de inglés y muy poco árabe, con lo que la comunicación no era fácil. Mi amiga era profesora de inglés y allí es el segundo idioma, con lo cual si tenía problemas ella siempre podía rescatarme. Pero no era el caso. Todo lo contrario, siempre, aunque con situaciones cómicas, podía arreglármelas por mí misma.
El primer día cuando bajamos después de desayunar, fuimos a recorrer un poco El Cairo. Recuerdo la primera vista dle Nilo, no podía apartar los ojos de él. También recuerdo unos preciosos árboles cuajados de flores que aquí no había visto nunca. Las calles plagadas de gente. El blullicioso Khan al Khalili. Pero sobretodo, sobretodo la amabilidad de las personas que nos encontrábamos por doquier.
Una de las anécdotas más bonitas que me ocurrieron en aquel viaje fue la segunda noche de mi estancia en el hotel. Un hotel pequeñito y familiar sin muchas pretensiones. Salí a buscar una cabina para llamar a mi familia ya que había comprado una tarjeta porque me habían dicho que salía bastante más barato que llamar desde el móvil o desde el hotel. El caso es que pregunté en la recepción del hotel por la cabina más cercana e inmediatamene un joven se prestó a acompañarme sin más objeción. Naturalemente yo no me fiaba mucho...pero viendo que la cabina se encontraba cerca me decidí a acompañarle donde me decía. La tarjeta me duró algo así como medio minuto y viendo la cara que se me había quedado el joven con su medio inglés, medio árabe trababa de explicarme que aquellas tarjetas no eran las más apropiadas. La situación no dejaba de ser cómica y para mí bastante decepcionante, ya que no había podido halar con los míos. Entonces sin más dilación el joven me dice que espere y desaparece. ¡Oh Dios! encima me quedo sola, de noche y sin saber donde me encontraba.....uffffffff, me arrepentí en un segundo de haberle hecho caso y de haber salido sola del hotel. Pero no me dió tiempo a asustarme demasiado porque en tres minutos de reloj volvió a aparecer con otra tarjeta en la mano que me ofrecía para que pudiese hablar sin problemas. Yo desconfiaba, pero viendo su insistencia acepté y utilicé la tarjeta. Esta vez pude hablar cuanto quise con mi familia sin ningún problema. Al terminar y viendo la cara de satisfacción de mi joven acompañante me dispuse a pagarle la tarjeta y por supuesto el tiempo que había invertido en mí. Pero...y aquí vino mi sorpresa se negó en redondo a cobrarme ni un solo centimo. Solamente repetía, ana sadiqui, ana sadiqui (yo soy tu amigo, en árabe) y amablemente me acompañó al hotel nuevamente, al mismo tiempo que con árduo trabajo me explicaba que él trabajaba en el hotel de camarero, que ya nos veríamos y que no tuviera ningún problema en pedirle cuánto necesitara. Ese es amigos el carácter egipcio. Lo he comprobado a través de los siguientes años en mis viajes. Otra anécdota preciosa que me ocurrió fue con un mendigo en las pirámides. Para no alargarme, solamente os resumiré que en un momento en el que yo me encontraba exausta por el asfixiante calor fuí a refugiarme a una sombra en la que se encontrba él. En ese mismo momento se disponía a comer un pan de pita que le había llevado otro mendigo igual que él y cuando me vió tan cansada, ni corto ni perezoso partió la mitad de su pan y me la ofreció convencido de que la iba a aceptar y a comerlo junto a él. Desafortunadamente lo que menos me apetecía a mi era comer, y me vi obliga a rechazarselo, algo de lo que todavía me estoy arrepintiendo. Sus manos estaban negras de andar todo el tiempo en la calle, pero os aseguro que con la amabilidad que me ofreció su pan, me hubiera sentado mejor que en el más rico de los manteles.
En fín otro día os cuento más. Las experiencias en mi Egipto se acumulan. Pero no se me olvidan.
Espero que disfrutéis de la vida...cada momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario